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  • La feminista de los brillos

Olympia y la muerte de los dioses



En 1863, Olympia escandalizó a la crítica y a una sociedad llena de convencionalismos e hipocresía. Fue rechazada en el Salón de la Real Academia Francesa, porque en esa época, la pintura de figura humana se basaba en temas históricos, mitológicos o bíblicos, y Manet, en lugar de pintar a una diosa o a una ninfa, puso en escena a una prostituta famosa de París.

Olympia está desnuda en su cama, su posición corporal, su actitud desinhibida y provocativa, y sus ojos misteriosos, indican que espera a su próximo cliente, cuya llegada se anuncia con la posición arqueada del gato, su cola levantada en señal de alerta, y con la presencia de la criada que le lleva un ramo de flores; sus accesorios, (aretes de oro, listón negro de terciopelo con perla, brazalete con joya que cuelga, chinelas y bata con motivos orientales), indican que es una mujer real y contemporánea, la flor alude a la sexualidad.

Su cuerpo no sigue el estándar clásico de belleza de la época, el torso es estrecho y pequeño, las piernas un poco cortas, el cabello rojo y la piel extremadamente pálida, Olympia no es una mujer “bella” sino REAL.

La composición está inspirada en la Venus de Urbino de Tiziano, aunque tiene influencia de la Maja desnuda de Goya, y la Odalisca con esclava de Ingres.

Manet sustituyó al inocente perro dormido a los pies de la Venus de Urbino, por el gato negro con la cola alzada, un animal supuestamente “satánico” relacionado con la sexualidad, y que hace referencia a la vulva y a las prostitutas. La postura de Olympia era insultante, ya que solo se pintaba a mujeres con la cara de frente si eran reinas o alguna alegoría mitológica, y ella era una prostituta que retaba con la mirada.

La ausencia de perspectiva ayudó a diferenciarla del retrato clásico renacentista y la casi total ausencia del fondo, reforzada por los colores oscuros y planos, la acercaron a la lógica de los carteles de propaganda, Manet provocó que quien la observara asumiera el papel de cliente, de ahí la furia de la gente.

Según las reglas de la Academia, aunque el color fuera esencial en la pintura, quedaba en segundo rango, pues era más importante el dibujo, el lienzo tenía que estar liso y la pincelada no debía ser visible, por eso Olympia era una obra “no acabada”, sin perspectiva, plana, que renunció al claroscuro tradicional y que tuvo influencia de la estampa japonesa.

En 1865 se expuso en El Salón de los Rechazados, y aunque en aquella época era común que los hombres de clases media y alta frecuentaran a las prostitutas, lo último que querían era confrontarlas en una galería de arte.

Como Manet mostró las “bajezas” que el buen gusto recomendaba ocultar, la obra se colgó a una altura que dificultaba su exploración y fue necesario poner guardias armados para protegerla de los bastonazos de visitantes con doble moral.

Por primera vez en una pintura, se plasmó una mujer de carne y hueso, sin ninguna excusa mitológica o alegórica para justificar su desnudez.

Con Olympia, Manet abrió las puertas al movimiento Impresionista y provocó la primera ruptura con la pintura académica de su tiempo, al cambiar las convenciones tradicionales que idealizaban y representaban a la mujer como personaje mítico en poses pasivas y sumisas.

158 años después, Olympia, la mujer real, la prostituta que mató a los dioses, nos invita a ser como ella, a tener confianza en nosotras mismas, a aceptarnos y amarnos como somos, a disfrutar nuestra sexualidad y a seguir luchando por nuestra libertad.

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Me llamo Mónica, soy feminista, vegana, activista y diseñadora, a través de la ilustración desarrollo un discurso político para agrietar al patriarcado. Creo en la sororidad, la diversidad sexual y corporal, en el derecho a decidir sobre nuestras cuerpas, y en el antiespecismo.

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